Hasta hace bastante poco, en Sevilla existía el hospital Vigil de Quiñones, al que todos conocían como el hospital militar.
Cuando escucho un nombre en algún sitio, siempre me gusta saber quién es y la verdad es que la historia asociada a este hombre es francamente magnífica.
Rogelio Vigil de Quiñones es uno de los llamados “Los últimos de Filipinas”. Son una de esas cosas que de vez en cuando hacemos los españoles y que si lo hubieran hecho los americanos todos conoceríamos.
Nos situamos en la guerra de 1898. En ese año, el desastre del 98, España, aún pensando que era algo en el mundo entra en guerra con Estados Unidos para defender sus últimas posesiones en Asia y América. Como ya puse en el primer post de este blog, España perdió Cuba, Puerto Rico, Filipinas y Guam en una guerra fugaz, que para España sólo provocó pérdidas y que en menos de un año (desde el hundimiento del Maine hasta la firma del tratado de París) la guerra se acabó… o no.
Durante el año 1898, las tropas estadounidenses entraron en Cuba en América y Filipinas en Asia para luchar contra los españoles. En Filipinas, especialmente, encontraron con el apoyo de los insurrectos locales, que ya deseaban la independencia de España y que incluso había habido revueltas los años anteriores.
En Filipinas la guerra discurrió rápido, pero un pequeño destacamento español, en un pequeño pueblo de la isla de Luzón, llamado Baler, se enfrentó con lo que tenía a los enemigos. De ese destacamento formaba parte, entre otros, Rogelio Vigil de Quiñones, oficial médico. En dicha lucha se atrincheraron en la iglesia del pueblo junto con tres religiosos franciscanos. 60 personas fueron las que se atrincheraron allí, para luchar contra los enemigos y esperar la llegada de refuerzos desde Manila. Refuerzos que nunca llegaron.
Se atrincheraron en la iglesia durante el mes de junio de 1898 y allí permanecieron, sitiados desde el 1 de julio durante… ¡casi un año!.
Fue tal la duración, que dio tiempo a muchos cambios durante ese sitio. Filipinas se declaró independiente el 12 de junio de 1898. Pero en diciembre de ese mismo año, España la cedió a EEUU en el tratado de París y Filipinas pasó a ser un “estado libre asociado”.
Y mientras tanto, Vigil de Quiñones y sus compañeros estaban aislados en una pequeña iglesia. Comían de las provisiones que había allí, de un pequeño huerto que hicieron en el patio de la iglesia y de salir a robar comida a los alrededores de vez en cuando.
Ya a primeros de 1899 no quedaba nada español en Filipinas… salvo este destacamento que aún no se había rendido y seguía luchando por defender su territorio. Aguantaban las embestidas como podían y se alimentaban mal que bien.
Evidentemente, la enfermedad comenzó a hacer estragos y cayeron varios miembros del destacamento, fundamentalmente por el beriberi. Y por supuesto, hubo intentos de rendición, todos sofocados drásticamente por el teniente al cargo del mismo, que llegó a ejecutar a los que intentaron desertar.
Llegó un momento, que la resistencia se convirtió en delirio. Ya no había guerra, España se había rendido, pero ellos no lo sabían, y no querían saberlo. Fueron expediciones filipinas, e incluso España pidió ayuda a EEUU para que los evacuaran, que envió en abril de 1899 a un barco a la zona con una misiva del arzobispo para convencerlos de que depusieran las armas y volvieran con ellos.
Pero pensaron que era una artimaña y siguieron luchando contra a todo el que pidiera que se rindieran. El 20 de abril de 1899 resistieron un bombardeo de la iglesia y en mayo, a varios asaltos. Finalmente a finales de mayo de 1899 llegó a Baler un militar español, que bandera en mano, se acercó a convencer a los allí recluidos que la guerra hacía ya un casi un año que había terminado y que depusieran su actitud. El teniente de la guarnición siguió empecinado en su actitud y el militar español, marchó de allí dejando un paquete de periódicos para que vieran que era cierto.
El día 2 de junio de 1899, el teniente vió una pequeña reseña en uno de los periódicos sobre un amigo suyo que era destinado a Málaga. Él sabía que ese amigo iba a pedir ese destino cuando acabara la guerra… y entonces cayó en la cuenta de que era cierto. La guerra había terminado, España ya no estaba en Filipinas y ellos habían aguantado un año más que todo el ejército. Pero ya no merecía la pena más y negoció la rendición.
Sí, aún fue capaz de firmar un tratado de rendición por si mismo. En ese tratado se permitía a la guarnición salir con las armas hasta el límite de la jurisdicción donde debían entregarlas. Y así fue como el 2 de junio 35 personas (habían muerto 15) desfilaron, hambrientos, sin munición y con las ropas ya muy estropeadas delante de las tropas sitiadoras. Habían aguantado 337 días de asedio. Y lo más importante habían dado una muestra de valor, incluso superior a la de su propio país.
Hasta un propio diario estadounidense de Manila tituló en español con: “¡Bravo! ¡Viva España!” en honor a los que, desde entonces se conocen como Los últimos de Filipinas.